divendres, 19 d’abril del 2013

* Jardines de Vida


Te pregunto cómo ves las flores de mi jardín.

Crece un silencio tan dubitativo que pienso en la peor respuesta, mientras las contemplo con mirada ilusa pensando que a mí me parecen hermosas y que lo único que necesitan es un poco de tiempo para rebrotar y mucho amor para que florezcan.

Entonces regresas de ése espacio paralelo al que cada vez te pierdes con mayor frecuencia, y me contestas, como si estuviéramos hablando de zapatos, que bien, que las flores están bien y que esperas que vivan.


Ahora pienso que tal vez tu respuesta ha sido como una adivinanza, un vaticinio, una metáfora que emergía desde la raíz, acotando el bulbo entre tanta tierra herida. Porqué, es curioso… curioso, sí. Curioso, y no quiero decirlo de otra manera, pero es curioso que tú, precisamente tú, me digas con palabras ausentes de tu boca que esperas que las flores de mí jardín vivan. 
Tú, que media hora después, entre pasos con zancadillas y serpenteantes delicias primaverales, de camino al punto de partida, cogidas de la mano como madre e hija... me cuentes que estás cansada de vivir. Tú. Mi madre. 


¿Y cómo pretendes ahora que mire y que mime las flores de mí jardín?

... Ése jardín que tú misma me ayudaste a sembrar